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Bebo Valdés, el fénix del jazz latino

Maestro, ídolo e inspiración de numerosos músicos de jazz de todo el mundo, la figura de Bebo Valdés pasará a la historia no solo por sus múltiples contribuciones como pianista y compositor, sino por un carácter visionario y vigoroso que no se apagó ni cuando debía pensar en una merecida jubilación.

“Lo suyo fueron dos carreras en una”, recordaba hoy ante la noticia de su fallecimiento en Suecia uno de sus productores fetiche, Javier Limón, refiriéndose a las dos etapas artísticas que se distinguen en su biografía, separadas por 30 años de silencio musical.

Valdés ya se había labrado un nombre en su primera época junto a Lucho Gatica y la orquesta Sabor, lo que le permitió viajar con pasaporte cubano por numerosos puntos del orbe, de México a EEUU, pasando por España.

Su exilio a Suecia en 1960 supuso el inicio de un largo mutismo artístico, que fue aún mayor en Cuba, pues el veto a la difusión de su obra en las emisoras del país -en vigor hasta hace unos pocos meses- condenaron su legado al olvido entre sus propios compatriotas.

Su figura quedó reducida a ser el “padre pianista” de Chucho Valdés, otro puntal de la música afrocubana, a no ser por la capital obra “Lágrimas negras” (2002), un disco que fusionaba su talento y el del cantaor flamenco Diego El Cigala, capaz incluso de trascender los muros de silencio impuestos por las autoridades de La Habana.

Sólo él entre todos sus protagonistas fue capaz de predecir la importancia de aquel álbum, pionero en el hermanamiento de estos estilos, que se convirtió en un hito millonario en ventas, algo poco usual para un disco de jazz o de flamenco.

Fue uno de los grandes logros de su segunda vida artística, que prendió tras la llamada de Paquito D’Rivera, otro cubano genial vetado en su país, y así fue como este fénix de piel tostada cabalgó de nuevo, a los 76 años, con “Bebo rides again” (1994).

Valdés voló al primer plano de la actualidad musical internacional gracias a sus trabajos con el director de cine Fernando Trueba (“El milagro de Candeal” y “Calle 54”) y a discos como “El Arte del Sabor” (2001), Grammy al Mejor Álbum Tropical Tradicional, o el mencionado “Lágrimas negras”, que fue distinguido con un Grammy Latino y tres Premios de la Música.

Con su enjuto físico, volvía a maravillar gracias a su pulso particular y el ritmo diferente que imprimía al piano, sin olvidar su maestría para interpretar la tradición musical cubana, el jazz latino y otro sinfín de estilos.

La constatación años después de que padecía alzheimer y el reciente fallecimiento de su mujer terminaron por replegar sus alas, al menos de cara al exterior.

Bebo el “humilde”, el “honesto”, “el señor impresionante”, seguía tocando en casa para sus más allegados y no son pocos los que opinan que el artista y su genio ígneo habrá muerto cerca de las teclas blancas y negras de un piano, “sin lloraderas” ni quebrantos y a la espera de que empiece el baile.

Fuente: EFE