Cine 

‘Hasta que la Muerte nos Separe’: autogolpe, por Sergio Monsalve (CRÍTICA)

El crítico de cine y realizador Sergio Monsalve publicó una crítica con el diario El Nacional de ‘Hasta que la Muerte nos Separe’, de Abraham Pulido, pero dio su aprobación para compartir sus palabras con los lectores de Cochino Pop. Esto es lo que dijo al respecto de la producción venezolana:

‘Hasta que la muerte nos separe’ hace boxeo de sombra y se noquea sola, sin necesidad de ofrecerle resistencia.

Del primer al último round, cae desplomada por la inercia de su estética publicitaria y su contenido de peso pluma.

Aunque se pretende un trabajo profesional, comete errores de principiante, de aprendiz del oficio, de asistente amateur, de ejercicio estudiantil.

Abusa del recurso del emplazamiento de productos, al extremo de condicionar su argumento a las exigencias y reclamos de anunciantes y patrocinantes.

La polución marketinera de la película le pasa factura al guión y juega en contra de la credibilidad del proyecto.

Si algunos filmes son meros parque temáticos y de atracciones, la pieza de Abraham Pulido equivale a un paseo por un centro comercial de la Venezuela del siglo XXI. Tipo vuelta por el Sambil, un domingo a las 5:00 de la tarde.

A continuación, procedemos a describir sus principales vitrinas, espacios y viñetas devaluadas.

Previo casting de estrellas y figuras de la farándula nacional, comenzamos por un desfile gratuito de marcas, numeritos y acciones pasadas de moda. La dirección y el argumento no soportan el menor análisis.

Los escenarios semejan la impostura de una sucesión de tiendas de diseño, de lencería, de venta de muebles y colchones.

El arte es antiséptico, acartonado, plástico y kitsch.

De igual modo, la fotografía registra un álbum trillado de momentos Kodak. Cuesta reconocer una voz propia, una identidad personal, entre la cantidad de clichés y el rosario de situaciones inverosímiles de telenovela.

¿Quién puede tomarse en serio o creerse las interpretaciones del elenco principal? Con las salidas y las sobreactuaciones de los protagonistas, uno no sabe si reír, llorar, tirar la toalla.

El estado hipnótico del público se rompe. El sueño deviene en una pesadilla de gritos, alaridos, caras de póker, bailecitos ridículos, secuencias eróticas puritanas, y lo peor de todo, peleas de mentira.

Toro salvaje se estrenó en los ochenta y todavía le propina una paliza a derivados contemporáneos de la calaña de Hasta que la muerte nos separe.

Zapata 666 jamás se nota cómodo, enfocado y a gusto en el papel de “Avispa”. Trece debe bajarle dos al tono de sus sentencias lapidarias y de autoayuda, declamadas de memoria a garganta pelada.

Las chicas resumen un glosario de estereotipos femeninos de la dominación masculina. La bomba sexy, la madre honrada y abnegada, la amiga incondicional, la sparring de cuadrilátero imposible. Caricaturas involuntarias.

De incluir a Chino y Nacho, el largometraje terminaría de quedar como un videoclip de reguetón. Apenas se salvan los secundarios de William Goite y Carlos Moreno, el narcopana con la cabeza rapada.

¿Y la química de la pareja de tórtolos? Pues de fórmula populista engañosa.

Los efectos especiales representan una seguidilla de trancazos a las retinas de los espectadores. Parecen de photoshop.

Las costuras de la pantalla verde saltan a la vista de cualquiera. Además, a nadie le convence el montaje de la escenita en Las Vegas.

¿Es original lo del cruce de Otelo con la trama de ascenso de un pugilista de extracción humilde? Negativo el procedimiento. Pregúntenselo a Yoyiana Ahumada. Ella les explicará las deudas inconfesas del libreto con la obra Sonny del dramaturgo José Ignacio Cabrujas.

Para cerrar, el sello nacionalista del desenlace comulga, pragmáticamente, con la dudosa ideología patriotera y demagógica del socialismo bolivariano. Así, la cinta refuerza el anticuado esquema de Rocky IV, al calor de nuestra guerra fría.

El pupilo del “coac” (quien habla inglés como Maduro) versus Mickey Mouse. Una comiquita.

Por último, se concluye con el castigo de los pecadores y la reunificación familiar de los ídolos rotos.

En suma, Hasta que la muerte nos separe impone, a punta de golpes, una moraleja conservadora.

Por tal motivo, la crítica le cuenta diez tendida en la lona. ¿Decisión dividida del jurado? ¿Fueron felices para siempre? Cuéntame una del Inca Valero. Mejor repongan un ciclo de documentales de Mohamed Ali.

Aquí convierten la tragedia del moro de Venecia en un folletín arcaico, teatral, sensacionalista, frívolo.

Pobre Shakespeare.