La relación entre la música y la justicia no siempre ha sido armónica. La detención e ingreso en prisión de tres de las componentes del colectivo punk Pussy Riot es el último capítulo de este desencuentro, pero no es el único, ya que la historia muestra una larga lista de músicos entre rejas.
Un año después de cantar en la catedral de Cristo Salvador de Moscú la canción “Virgen María, líbranos de Putin”, María Aliójina y Nadia Tolokónnikova permanecen en prisión y son consideradas presas de conciencia por Amnistía Internacional (AI). La tercera integrante, Yekaterina Samutsevich, está en libertad desde octubre.
La condena provocó un tsunami de solidaridad. Desde Madonna -se pintó el nombre del grupo en la espalda en su actuación en Moscú- hasta la canciller alemana Angela Merkel o desde los californianos Red Hot Chilli Peppers a la candidatura de la banda al premio Sajarov del Parlamento Europeo (ganaron dos opositores al régimen de Irán), todo el mundo se puso un pasamontañas de colores y se sumó a la ola de apoyo.
Un año después, según Ignacio Ortega, de la oficina de la Agencia EFE en Moscú, la opinión pública rusa “no sigue mucho el caso y parece que el globo se ha deshinchado”.
En el resto del mundo, algunas iniciativas menores recuerdan a las Pussy Riot.
En Barcelona, por ejemplo, el mes pasado, seis bandas con chicas al frente -Les Sueques entre ellas-, reivindicaron, de la mano de Shook Down y con el apoyo de AI, la libertad de expresión y los derechos humanos.
Esta defensa de la libertad ha sido una constante en el mundo de la música popular y hay casos como los de Gorki Águila en Cuba o, recientemente, la detención de los músicos vietnamitas Tran Vu Anh Binh y Vo Minh Tri por criticar a China, que así lo muestran.
Sin embargo, la presencia de roqueros en las prisiones está más relacionada con los delitos contra la salud pública -consumo de drogas, para entendernos- que con la lucha de los derechos sociales. No hay que olvidar que la estética del rock nace de una juventud ociosa, amante del riesgo y dedicada a tiempo completo a la diversión a cualquier precio.
La lista de artistas detenidos por su relación con las drogas puede ser muy larga. Sin ir más lejos, sir Paul McCartney dejó de ser el yerno perfecto cuando fue detenido en el aeropuerto de Tokio, en 1980, con un puñado de marihuana para consumo familiar.
Después están los malotes menos angelicales. Jimi Hendrix, Johnny Cash, Miguel Ríos -por consumo de hachís en 1972-, David Bowie, el rapero con sombrero Lil Wayne o Pete Doherty, el exnovio de Kate Moss, encabezan entre otros, algunos de los casos más sonados.
Sin duda, los más populares por sus relaciones con la justicia han sido The Rolling Stones. Keith Richards, en “Vida”, su autobiografía autorizada, deja claro que su paso por las comisarías por posesión de droga no eran un problema para él.
“A las autoridades siempre se les planteaba un complicado dilema cuando nos detenían : ¿Quieres encerrarlos o hacerte una foto con ellos y ponerles escolta cuando se vayan? Podían ganar votos haciendo tanto lo uno como lo otro”, rememoraba Richards.
Y así era; normalmente, salía de la cárcel rodeado de una nube de fotógrafos.
De la trilogía “sexo, drogas y rock &roll”, la primera también ha tenido sus “mártires” ante la justicia. Rastreando actas legales se puede encontrar a un jovencísimo Frank Sinatra detenido por mantener relaciones con una mujer casada -antes penado en EE.UU.- o a un guapo Jim Morrison condenado -e indultado 40 años después- por escándalo público al enseñar el pene en una actuación en Miami.
En este mundo de excesos tampoco han faltado hechos dolorosos como la condena del grupo Callejeros, en 2012, por el “caso Cromañón” en el que 194 personas murieron en un concierto de esta banda argentina.
O condenas más mediáticas como la del productor musical Phil Spector, penado en 2009 a 19 años de prisión por el asesinato de la actriz Lana Clarkson. (Para más detalles, este mes se estrena una película biográfica en la cadena HBO protagonizada por Al Pacino y una impresionante peluca).
Son sucesos que, por desgracia, pasan a la primera plana del espectáculo. En parte, normal. Cualquiera puede tatarear el rock de la cárcel de Elvis Presley o aparecer en televisión cantando “Quiero ser libre” de los Chichos sin sonrojarse.
En la cultura popular, además, muchos artistas saben que alcanzar la fama depende, en muchos casos, del ruido o del escándalo que se pueda hacer y nada mejor que enfrentarse con la ley para ganar titulares en prensa.
Lo que no saben, sin embargo, es que muchos aficionados a la música meterían entre rejas a algún cantante de baladas ñoñas, a muchos roqueros con tatuajes de pega o alguna “vedette” sin voz y aires indies. Entretanto, esperamos una pronta liberación de las chicas de Pussy Riot.
Fuente: EFE