El periodista y ex jefe de prensa de RCTV, Alfredo Sánchez, dedicó una carta abierta al nuevo presidente de TVes, Winston Vallenilla.
Aquí pueden leerla:
Te conocí cuando eras apenas un muchacho. Visitabas el canal 4 acompañando a tu papá, todo un profesional de la locución con quien tuve la dicha de trabajar en Venevisión: todo un caballero. Cuando llegabas con él al Departamento de Promociones para mí era inevitable verme a mí mismo acompañando a mi padre a Radio Caracas Televisión, en los años sesenta allá en la vieja esquina de Bárcenas a Río.
Una larga tradición de gente en el medio había hecho de esta industria de la televisión su casa. Y naturalmente tenía que ser así, ya que muchos de ellos pasaban más tiempo en el canal que en el propio hogar: Charles Barry, Elisa Parejo, Mario Suárez, Daniel Alvarado, Carmen Julia Álvarez, Papaíto Candal, José Luis Rodríguez, Lila Morillo, Jorge Palacios, Bárbara Teide, César Granados, Roberto Hernández, Gioia Lombardini, Diony López, tu mismo padre y el mío, entre tantos otros, vieron crecer aquí a sus hijos, entre cámaras, micrófonos, luces y decorados de televisión.
Tu padre, Winston Vallenilla, de hecho, le debe a esta industria mucho de lo que es hoy como persona y profesional: desde sus primeras oportunidades como locutor, pasando por sus éxitos como animador al lado de figuras internacionales como Tina Turner y La Lupe, hasta sus merecidos reconocimientos como la Orden al Mérito Francisco de Miranda en su primera clase. De ese honorable trabajador que es Winston el viejo, debes haber sacado una buena parte de tu talento. Otro tanto debieron hacer contigo tus maestros en esta profesión: entre ellos Elba Escobar, Javier Vidal y José Simón Escalona. Qué decir de tus ex compañeros en RCTV Camila Canabal, Kiara, Érika de la Vega, Rogelio Jaua, y un largo etcétera en el que me incluyo.
Todos supimos allí de tu deseo de superación, de tus buenas iniciativas, de tu espíritu de solidaridad, y también de tu buena vibra hacia todos, expresada en tu talante y en esa chispa tan venezolana que te hizo muy fácil posicionar la emblemática frase: ¡¡¡Familia!!!!
En los pasillos de RCTV y del Teatro La Campiña todos te reconocíamos como un miembro más de la casa. Porque eso éramos todos, Winston. No solo en Radio Caracas, sino en todos los demás canales: una grande -y tal vez complicada- familia, que como todas, tenía sus problemas internos, sus contradicciones, sus pequeñeces y mezquindades, claro está. Repito: como cualquier familia.
Y si los ejecutivos teníamos que confrontarnos a diario con muchas exigencias contractuales, no solo con las tuyas, lo sabíamos y lo podíamos resolver, ya que todo se daba en el marco de lo posible. Y había dinero. Y también trabajo, mística, competencia sana, amor por lo que se hacía, compromiso sin militancia. Se respiraba libertad. Había una política, sí, la de las puertas abiertas: se escuchaban los reclamos de la gente y se invertía en mejorar. Había crecimiento, pues, y se le brindaba educación, entrenamiento y formación de valores a los empleados. Esto estoy seguro que te lo han dicho antes. Y tú lo sabes.
De modo que no es la idea ahora con esta nota ponerse a buscar culpables para todo lo que pasó, pues ya lo único que importa es lo que viene, ya que esa familia que había se desmembró, se rompió. Y como toda relación que se rompe, ya no hay manera de restituirla ni de llevarla a su integridad original. Poner de nuevo las piezas y juntarlas, aunque se use el mejor pegamento, jamás tendrá el mismo efecto. La imagen ahora es la de una pieza de porcelana que está quebrada por dentro. Y no me refiero solo a la televisión, por supuesto, sino al país.
Para nadie es un secreto que hoy en día todas las empresas, no solamente las familiares, son el vivo reflejo de las situaciones inacabadas que traemos de casa. Llegamos a un trabajo para encontrarnos precisamente con lo que nos hace falta mirar y labrar dentro de nosotros para completar los ciclos inconclusos en nuestro crecimiento personal.
Y causalmente, las empresas que más prosperan son aquellas que honran su origen, reconocen a sus fundadores y enaltecen el esfuerzo de quienes tuvieron la iniciativa de crearla: sean ellos mismos quienes la hayan llevado a la ruina o a la cumbre. Eso no importa. Lo que no se puede obviar es la historia.
Por eso nuestros Libertadores reconocieron a Colón: porque sin el Almirante no hubiese habido Venezuela. Ni tampoco Colombia. Punto. Eso fue algo que tu Comandante no pudo comprender jamás. Y se murió de hecho sin entenderlo. Tampoco pudo ver que su fracaso como presidente partió justamente de no reconocer en su alma, carcomida por el resentimiento, a quienes tuvieron el honor y a quienes les correspondió en derecho el privilegio de antecederlo. Chávez se murió creyéndose mejor que Carlos Andrés Pérez. Y resulta que gracias a sus errores (y también a los aciertos de CAP), fue que llegó a Presidente un golpista fallido.
Te digo todo esto no porque tenga la más mínima esperanza de ver a los de tu tolda política reflexionar y salir de la oscuridad, obsesionados como están en sus fanáticas posiciones doctrinarias unos y otros en sus posturas acomodaticias y oportunistas. No soy de la categoría de los ingenuos voluntariosos. No me anima ningún deseo de verte triunfar sobre las ruinas de RCTV, porque entiendo que esa empresa fantasma que tú presides, llamada TVes, es y será siempre eso: un barco hundido. Sin ninguna otra opción que el fracaso, porque todo lo que allí se edifique carecerá de la más mínima estabilidad, pues siempre le faltará la estructura, la base, la armadura de una empresa real, pues ese es un sostén que solo brinda el orden, que se fundamenta inexorablemente en lo que vino antes.
De modo que tu nombramiento solo ha servido para pagarte los favores recibidos, por una parte, y por la otra, para saciar el ansia prestidigitadora de tus operadores políticos, ocupados como siempre están en girarle el pescuezo al caballo en el escudo, en subir media hora la franja horaria y en rotar a sus ministros como si se tratara de un tíovivo.
A ti, Winston, te usaron con la intención de salvar algunas plazas que le habían sido esquivas al gobierno y como no sacaste bate, te han dado tu premio de consolación por el trago amargo que te han hecho pasar, luego de exprimirte toda la popularidad y dejarte seco por dentro.
Sin embargo, para ser justos, hay que decir que esta última es tu consecuencia exclusiva. Creo que tú y todos los saltimbanquis de tus compañeros del gremio oficialista se merecen lo que les está pasando.
Porque a ustedes no lo persigue el desprecio opositor. A ustedes los persigue es su propia sombra. Porque cuando alguien decide mudarse de bando por ambición, abandonando la coherencia y la congruencia nada más que para obtener algo, lo único que hace es intercambiar símbolos: ya no lo puede representar, por ejemplo, Simón Bolívar sino Boves, y sus ejércitos en consecuencia ya no se mueven por la moral sino por la plata.
Y esa es tu energía. Es lo que proyectas. Por eso no votaron por ti ni los mismos chavistas. Todo el que se te acerca lo hace con interés porque sabe que “eso es lo que hay”.
La mística aquella que conociste en tus inicios en la televisión, se te acabó desde el día que decidiste venderle el alma al diablo. Todo quedó sepultado bajo el billete. Lo que luchaste por conseguir, eso que era digno, verdadero, lo tiraste por la ventana.
Siempre tendrás a la mano unas buenas excusas para defenderte en Twitter, y si no, puedes pedirle consejo a los manipuladores de oficio como Jorge Rodríguez, que sabrán mantenerte ciego ante esta que es tu única verdad. Tu mente tal vez inventará otras maneras de justificarte mientras dure la frágil lealtad que compra el dinero. Pero una vez que despiertes de la orgía fantasiosa que te brinda hoy el poder, a lo mejor querrás aislarte por un tiempo, hasta que un día sientas de nuevo, quizás ya viejo, la necesidad de recibir otra vez amor genuino, cariño sincero de esa gente que una vez te vió por televisión y que te apreció genuinamente.
Lamentablemente, para ese entonces ya no tendrás amigos y tal vez ni siquiera aliados, pues los amigos de verdad te habrán dicho las cosas como son y desafortunadamente los demás te habrán visto las costuras. En qué momento perdiste los valores, Winston, yo no sé. Lo que sí sé es que es imposible reparar eso que a uno se le rompe en el alma cuando uno se traiciona a sí mismo. Eso es muy doloroso y trágico: los filósofos lo llaman el dilema del azno, obligado a soportar una carga que ya no puede llevar ni arrojar.
Alfredo Sánchez