El cronista colombiano Alberto Salcedo Ramos escribió un genial artículo sobre el cantante guatemalteco Ricardo Arjona para la web www.elpuercoespin.com.ar.
En el texto, Salcedo explora sobre las líricas de Arjona, enfatizando en la necesidad de tener algo malo, para saber diferenciarlo de lo bueno.
A continuación, el artículo:
Payasos: un alegato en favor de Ricardo Arjona, por Alberto Salcedo Ramos
Cuando descubrí a Ricardo Arjona en la televisión, lo que más me impresionó no fue la tontería de sus versos sino el engreimiento con el que los cantaba:
“Hay pingüinos en la cama
por el hielo que provocas
si hace un mes que no me tocas”
“Patético”, pensé, y en seguida supuse que un adefesio de ese calibre desaparecería pronto de la escena, borrado por la industria discográfica u olvidado por el público.
Además, me dije, si acaso se le diera por seguir cantando sería imposible que compusiera una majadería peor que esa de los pingüinos en la cama, porque la estupidez tiene un límite y él, seguramente, acababa de alcanzarlo.
En cuanto a los dos primeros pronósticos, me equivoqué de cabo a rabo: el tipo, aparte de ser mimado por su compañía disquera, ha recibido los favores de miles de personas que lo consideran un híbrido de trovador con profeta.
Mi tercer vaticinio tampoco fue afortunado: año tras año, Arjona se ha encargado de demostrar hasta la saciedad que es una cantera inagotable de disparates. Un día canta: “será porque no me gusta la tapicería/ que creo que tu desnudez/ es tu mejor lencería”. Y al día siguiente, cuando nos imaginamos que le resultará imposible sacarse de la manga una sandez tan colosal como ésa, él vuelve a la carga con la propuesta más embrollada y ridícula que un amante le pueda plantear a su musa: “mejor dime que no/ y dame ese sí como un cuentagotas/ dime que no pensando en un sí/ y déjame lo otro a mí”.
Eran los tiempos en que Arjona me caía mal. No me mortificaban tanto las necedades que escribía como sus poses. Y lo peor era, justamente, esa falta de límites que mencioné hace un momento, la cual quedó en evidencia, una vez más, cuando Arjona salió al mercado con la que podría considerarse su apuesta más arriesgada: una canción dedicada a la menstruación: “de vez en mes te haces artista/ dejando un cuadro impresionista/ debajo del edredón/ de vez en mes con tu acuarela/ pintas jirones de ciruela/ que van a dar hasta el colchón”.
¡Cómo me fastidiaba la cháchara de Arjona, su incontinencia verbal! Mi amiga Sol Aliverti, estupenda periodista argentina, me contó que cuando hay luna llena se preocupa, porque empieza a preguntarse qué pelotudez se le estará ocurriendo a Ricardo Arjona. Entonces me dije: caramba, por lo menos el tipo inspira bromas inteligentes.
Sin embargo, tropezarme con alguna de sus letras era algo que seguía rompiéndome las pelotas. Me molestaba que Arjona, para mostrarse original, le cantara a lo que nadie más le cantaba, y que lo hiciera con su tonito impostado de paladín de las causas perdidas. Un día vaticiné que, en el futuro, el hombre escribiría una canción contra el impuesto predial y otra contra el aborto, narrada en primera persona por el propio feto. En materia de tremendismos, me decía, este cantante y compositor guatemalteco no se anda por las ramas.
Lo curioso es que mientras más furioso me ponía por las letras del disparatado cantautor, más se iba llenando el mundo de cómicos anónimos que hacían chistes espléndidos sobre él. Una mañana, al despertar de un sueño intranquilo, encontré este en mi correo: “más asustado que una metáfora en el escritorio de Ricardo Arjona”.
Un día concluí que es mejor sonreír que encresparse y que no vale la pena quemar neuronas tratando de comprender el discurso del personaje. Lo importante no es entender cómo logra renovar su amplio repertorio de sandeces, sino disfrutar el resultado. ¿Dije disfrutar? Sí, disfrutar. Oigan sus canciones como chistes y verán lo divertidas que son.
“Tu ADN está en la cama, y yo lo clono para mí”.
“El presente es un atleta sin pies”.
“Tengo un stock de besos sin estreno”.
Así que los fundamentalistas que quieren ahorcarlo deberían invertir su esfuerzo en algo más útil. Si todo el mundo fuera Bob Dylan, nadie sería Bob Dylan. Se necesitan los malos versos para apreciar mejor la grandeza de los buenos. Y ese es, precisamente, el aporte generoso de Ricardo Arjona: se sacrifica haciendo sus canciones patéticas para que los colegas suyos que sí son sensatos luzcan mejor ante nosotros. De modo que mientras él respire el circo tendrá payaso y, por tanto, sentido.