Especiales 

3 películas y 3 discos que debes ver y escuchar esta semana (XXXVIII)

Por Alejandro Fernandes Riera // @fernandesriera

Estamos de regreso con esta sección, prometiendo que no nos ausentaremos por tanto tiempo. Han sido dos semanas de descanso y de ponernos al día con algunas cosas, y finalmente hemos vuelto con las recomendaciones para que tu semana sea un poco mejor.

Las tres películas que recomendamos esta semana tienen poco o nada en común. Son tres géneros diferentes y quizás el común denominador que podamos encontrar en todas es el sufrimiento de cada uno de sus protagonistas. Primero tenemos a Porto, una pequeñísima película rodada en Portugal pero con un gran corazón. Le sigue The Glass Castle, otro drama ignoradísimo de Brie Larson que la volvió a juntar con el director de Short Term 12, y, por último, está The Rover, un thriller distópico neo-western de venganza, cortesía del australiano David Michôd, donde Robert Pattinson probó que era un actor de lujo.

La cara musical presenta tres álbumes recién salidos del horno. Está el nuevo disco de Jack WhiteBorder House Reach, que fácilmente podría ser su mejor trabajo en solitario. Le sigue My Dear Melancholy,, el nuevo EP de The Weeknd que lo regresa a sus bases musicales. Por último, presentamos Virtue, el nuevo trabajo de Julian Casablancas (The Strokes) con su banda alterna, The Voidz.

PELÍCULAS:

1. Porto (2016, dir. Gabe Klinger, Estados Unidos)

Porto nos cuenta la historia de Jake y Mati, dos jóvenes que se conocen en la ciudad portuguesa homónima al filme, y sienten una extraña pero poderosa conexión, que parece sentenciarlos a una vida de amor y dolor. Infatuación y romance desenfrenado son el santo y seña del debut directorial de Gabe KlingerPorto es una película pequeña, que busca ubicarse ahí cerca de esos filmes que te dejan un hueco en el pecho, bebiendo mucho de la obra de Drake Doremus por la historia que cuenta, y sobre todo, la forma en que la cuenta. Más allá de la obvia similitud con Like Crazy de dicho director, también protagonizada por Anton Yelchin, acá tenemos a una película que complementa las carencias de Like Crazy (mejores diálogos, una verdaderamente sentida actuación del fallecido actor ruso, una fotografía hermosa y una historia mucho más probable de que pase), y Like Crazy complementa la suya (la dirección, el ritmo y el guion de Doremus es claramente superior, y quizás ahonda mucho más en los personajes que Klinger) sin desmerecer la calidad de ninguna de las dos.

A nivel fotográfico, la cinta juega con lo digital y lo análogo, dándole un look más europeo y sofisticado a la historia, y sirviendo como hilo conductor entre la narrativa inteligente que plantea, jugando con los tiempos para mostrarnos los momentos que compartieron nuestros dos protagonistas, sean agrios o dulces. La forma en que ambos interactúan con la ciudad también es clave, porque el protagonismo del entorno luso está puesto ahí de gratis. Ambos son dos personas que no encajan en donde están, y, quizás, esa es la razón de su desenfrenado amor. Porto es una película que quizás no sea la mejor, pero sí cumple en ser honesta y en hacerte recordar todos tus fracasos emocionales. Tomen esto como una advertencia.

2. The Glass Castle (2017, dir. Destin Daniel Cretton, Estados Unidos)

Me sorprendió que esta película fuera tan ignorada por los premios y la crítica este año, pero luego recordé que es del mismo director de Short Term 12, una hermosísima película que recomendamos aquí en el pasado, que también sufrió el feo de la Academia en su momento. Esta vez, nos cuenta la historia de Jeannette Walls (Brie Larson), una chica que es criada junto a sus hermanos en una familia disfuncional y antisistema, marcada por la pobreza, las aspiraciones artísticas de su madre (Naomi Watts), el alcoholismo de su padre (Woody Harrelson, espléndido) y la desantención que ella y sus hermanos sufren, y cómo se apoyan y se dan fuerza en sus momentos difíciles.

Una especie de Captain Fantastic mucho más oscura, donde el padre, si bien ama a sus hijos, no es un ejemplo a seguir, y mucho menos la madre, quien también confía en el laissez-faire para salir de su escollo económico, que los hará sentir incómodos e impotentes a partes iguales por cada injusticia y maltrato que sufren estos chicos, que solo se incrementarán cuando recuerden que es una historia real, basada en un libro de la propia Walls. Y vaya forma de tratar este tipo de historias, pues como en Short Term 12, Cretton apela a los sentimientos, el dolor interno y la rabia para hacernos conectar con sus personajes. Mereció más atención.

3. The Rover (2014, dir. David Michôd, Australia)

No entiendo a la gente que se niega a ver una película solo porque un actor alguna vez hizo una película mala. En este caso, sé que mucha gente odia ver películas de Robert Pattinson The Rover es un desenfrenado y violento thriller neo-western ambientado en una Australia distópica que se ha convertido en un pueblo sin ley debido al colapso ecónomico de todo el mundo, y una muestra de que Pattinson es un gran actor, pese a que su papel es de reparto en esta cinta. Guy Pearce es el protagonista de este filme, interpretando a Eric, un taciturno hombre con nada que perder, que ve cómo unos forajidos se roban la única posesión que le queda en su solitaria vida: Su carro. Casualmente, se consigue con el hermano de uno de los malhechores (Pattinson), quien es abandonado tras ser herido en uno de sus ataques, y lo obliga a revelar dónde está su hermano, forjando un lazo extraño con él, donde las balas y la sangre se sirven a la orden del día.

Algo así como una John Wick menos película de acción y con más carga psicológica, pero con la venganza como hilo que mueve la historia. Michôd logra crear un mundo lleno de personas de mierda sin leyes ni etiqueta, y los junta con un gran trabajo de fotografía, musicalización, manejo directorial de sus actores y de la violencia, y entramado de la historia, con una justificación tremenda de las acciones de cada uno de sus personajes.

DISCOS:

1. Jack White – Boarding House Reach (2018, Estados Unidos)

Sí, Jack White lo volvió a hacer. Con Boarding House Reach, el músico de Detroit llega a su tercer disco como solista de una forma despampanante. En momentos donde la distorsión parece haberse borrado de la mayoría de la música que suena en el mundo, White, un músico que siempre será de avanzada, se aventura a hacer un álbum que recoge pedazos de proyectos pasados (desde canciones no usadas en The White Stripes a temas del disco con JAY Z que nunca salió) y los reconfigura para crear un producto fresco, fiel a sus señas de identidad, variopinto (desde rock y blues hasta jazz, funk y hip hop) y que llegó a número uno en ventas tras su lanzamiento. Boarding House Reach es un disco ambicioso, retador, cacofónico, y que, en resumidas cuentas, suena tan oscuro, desordenado y brillante, como la mente de su creador.

2. The Weeknd – My Dear Melancholy, (2018, Canadá)

Abel Tesfaye ya puede dividir su carrera en dos de acuerdo a los álbumes que ha lanzado. Si bien sus últimas dos entregas, Beauty Behind The Madness y Starboy fueron discos completamente orientados al pop mainstream, My Dear Melancholy, es un trabajo que lo devuelve a las entrañas de su música desde un punto de vista tanto musical como sentimental y anímico, recordando a trabajos como los mixtapes House of Balloons, Thursday, y Echoes of Silence o su primer disco de estudio, Kiss Land. Por estos días se corre la frase de que la música de Abel es mejor cuando está deprimido y con el corazón roto, y debo concordar con todos, pues estas seis canciones se atrincheran en la tristeza y la melancolía de una ruptura amorosa, y, como pasó con Journals y parte de Purpose de Justin Bieber, terminar con Selena Gómez parece ser un gran combustible para que la musa trabaje e inspire a los creadores a escribir canciones.

3. The Voidz – Virtue (2018, Estados Unidos)

De las carreras en solitario de los integrantes de The Strokes, la de Julian Casablancas parece ser la más libre y renuente a encajar. Albert Hammond Jr. lleva años brindando grandes discos en solitario, demostrando que es el cerebro musical de la banda, y debo decir que siento debilidad por Little Joy, ese maravilloso grupo de Fab Moretti con Rodrigo Amarante que solo ha ofrendado un álbum. Tras el -deliberadamente- desastroso (y esto lo digo en tono positivo) Tyranny, de 2014, Julian Fernando se atreve con un disco igual de intrigante, inteligente y atrevido, pero un tanto (no mucho) más accesible para oídos menos educados, donde se atreve a mezclar el funk, el rock progresivo, la psicodelia y el indie rock al que nos tiene acostumbrados, a veces hasta en una misma canción. Un disco que destila la diversión que tuvieron sus músicos al hacerlo, y nos deja la duda de si ya Julian, y el resto de The Strokes, no disfruta de hacer música con la banda que lo hizo famoso.